Algunos de los discípulos más cercanos a Jesús eran mujeres. En Lucas 8:2-3 se menciona a María Magdalena, Juana, Susana, y "otras muchas" que contribuyeron a proveer ayuda económica a Jesús y a los apóstoles mientras iban predicando. Más tarde, cuando los apóstoles, temerosos, se retiraron del lugar de la crucifixión, algunas mujeres fieles y llorosas se quedaron a contemplar su muerte en la cruz (Mateo 27:55-56).
De ésta y otras referencias en los Evangelios nos damos cuenta de que Jesús no consideraba a las mujeres como que eran inferiores a los hombres en lo concerniente al discipulado.
Un versículo clave para discernir la importancia de la mujer a los ojos de Dios es Gálatas 3:28, "Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús." En los tiempos de Jesús se hacían distinciones muy marcadas entre la gente por las que se miraban unos a otros como inferiores o superiores y que les hacían separarse los unos de los otros. Esas diferencias incluían antecedentes religiosos (judío y griego), condición social (esclavo o amo), o sexo (hembra o varón). Pablo escribió que ninguna de tales distinciones era válida en cuanto concernía al valor personal. Ciertamente no quiso decir que cuando alguien se convertía al cristianismo dejaba de ser hombre o mujer, o esclavo o libre, o judío o gentil, sino que nada de eso debía causar separación, porque todos eran igualmente preciosos en Cristo Jesús.
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