martes, 27 de junio de 2017

La oración curará al enfermo

LA ORACION CURA LAS ENFERMEDADES

  Cierta vez un padre se aproximó a Jesús, llevando a su hijo que sufría de ataques, y dijo al Maestro.
  --Si pudieras hacer alguna cosa, ten piedad de nosotros y ayúdanos.
  Jesús le dijo: En cuanto al poder, quien tiene fe todo lo puede. Y curó al niño (Mc. 9,14-22)

  La fe, como enseñó el Maestro, cura todas las enfermedades. No importa qué nombre le hayan dado ala enfermedad. Ella tiene cura.
  El primer paso para que alcances la sanación de tu mal es tener la seguridad de que tiene cura.
  Si piensas que tu mal es incurable y que tu dolencia es irreversible, estás bloqueando la fuerza curadora.
  Ninguna enfermedad resistió al método de cura por la fe, usado por Jesús. Enseñó a sus discípulos a usar el método de la cura por la fe y ellos también lograron curas maravillosas.
  Cuentan los Hechos de los Apóstoles que “había en la proximidad de este lugar un dominio perteneciente al primero de la isla. Este nos recibió y nos albergó con agrado durante tres días. Justamente el padre de Publio, atacado de fiebres y disenterías, estaba en cama. Paulo fue a verlo, oró, le impuso las manos y lo sanó. Ante esto los otros enfermos de la Isla, también lo buscaron y fueron curados. Por eso nos colmaron de atenciones, y en nuestra partida nos proveyeron de lo necesario” (Hechos 28, 7-10).
  El Libro de los Hechos de los Apóstoles, narra muchas curas realizadas por los discípulos de Jesús. Pero Jesús enseñó que todos tienen el poder de curar su enfermedades, porque la fe es un don existente en cualquier criatura humana.
  El Apóstol Santiago en una de sus cartas, escribió: · La oración d ela fe, curará al enfermo y el Señor lo pondrá de pie”.
  Nota bien que Santiago no dijo que la oración de la fe, tal vez pueda curar tu enfermedad. Nada de eso. La oración de la fe, sin lugar a dudas, curará al enfermo, sea cual fuere la enfermedad..
  Santiago, aún agrega: “ Y si hubiese cometido pecados, éstos le serán perdonados”. Por consiguiente, la oración de la fe, no sólo elimina el efecto, sino también la causa.
  Recuerda, una vez más, la historia de aquella mujer que sufría de un flujo de sangre. En doce años de tratamiento, ningún médico consiguió curarla. Gastó en vano toda su fortuna. Un día Jesús recorría la calle donde vivía esta señora. Al enterarse de la presencia de Jesús, la mujer se puso feliz y alimentó la esperanza de que la curaría. Se decía a si misma. “Si tan siquiera le tocara el manto, quedaré curada”; ésta era la oración de fe de aquella mujer. Una oración simple, directa, decidida y definitiva: “Si tan solo le tocara el manto, quedaré curada”.
  Al tocar el manto de Jesús quedó instantáneamente curada. (Mt 9,18-26)

LA ORACION DE LA FE CURARÁ AL ENFERMO

  La oración de la fe produce el milagro.
  No importa la extensión de la oración, no importan las palabras, ni la expresión gramatical. Lo que importa es la fe que se expresa a través de las palabras.
  No importa si cambias de oración cada día, para ver si aquella otra fórmula consigue la curación. La fe es la que cura.
  Aunque digas una oración cortita y llena de errores gramaticales, si tienes fe, ocurrirá el milagro.
  La mejor oración para una sanación es aquella cuyo texto contenga ya en si la verdadera cura y cuya mentalización acreciente tu fe. En este caso la cura es infalible.
  “Y la oración de la fe, curará al enfermo”.
  Ante todo , es necesario saber que no se trata de implorar por una curación. Tu oración de cura no es propiamente una súplica.
  La súplica implica dudas, es decir, la posibilidad de ser o no atendido. Pero la oración no depende de factores incontrolables, ni de la suerte. La oración obedece a las leyes espirituales, por eso, todo ruego hecho con fe, es infalible, como escribió el Apóstol Santiago, a quien ya cité: “ La oración de la fe, curará al enfermo”.
  El mismo Santiago, en su carta asegura: “Pides y no recibes, porque pides mal”, ahí está la otra prueba de que la oración es ley: cuando no son colocadas correctamente las premisas de esa ley, el resultado falla.
  Para condicionar tu mente al uso correcto de las leyes de la oración, comienza por reconocer que tú, en tu verdadera realidad y esencia, continúas siendo perfecto. La enfermedad es una falsedad, es un estado negativo, es el resultado de un error de comprensión y este estado mental, no forma parte de tu legítima realidad de hijo de Dios perfecto.
  Joseph Murphy escribió: “ La salud es la realidad de tu ser. Cuando haces una afirmación de salud, armonía y paz, para ti mismo u otra persona y cuando comprendes que esos son los principios universales de tu  propio ser, tú alteras los padrones negativos de lo que estás afirmando. El resultado del proceso afirmativo de la oración reside en tu conformidad con los principios de la vida, indiferentes a las apariencias”.
  Y concluye Murphy: “Reflexiona por un momento en el hecho de que existe un principio de la matemática, pero ninguno del error, hay un principio de la verdad, pero ninguno del error, hay un principio de honestidad, pero ninguno de deshonestidad, hay un principio de armonía, pero ninguno de discordancia; hay un principio de salud, pero ninguno de enfermedad; hay un principio de abundancia, pero ninguno de pobreza” ( “El poder del subconsciente”)
Fuente: extraído del libro EL PODER INFINITO DE LA ORACION

"ORACION PARA LA CURACION DE TU ENFERMEDAD"

 "Por eso os digo: Todo cuanto suplicaréis y pidiereis, creed que lo recibisteis y así será para vosotros".
Jesús
Divino Maestro Jesús, Tú que curaste con amor y bondad a todas las personas enfermas que fueron hacia Ti, cuando peregrinabas por las ciudades y poblados de Judea, de Galilea y de Samaria, escucha ahora mi oración.
Mira dentro de mi y ve que mi fe no es menor que la fe del ciego, del paralítico, del sordo, del leproso, del enfermo mental, que Tú curaste.
Tú dijiste que todo es posible para aquel que cree, por eso desde ya creo en mi curación.
Tú dijiste: "Sea lo que fuere que deseareis, cuando oréis creed que lo obtendréis, y lo alcanzaréis."
Es por ello que hoy tengo la seguridad de que éste, mi pedido, será atendido.
Tu Poder, emanado del Padre, está en mi, también, porque el Padre habita en mi interior.
He aquí mi fuerza, mi poder, mi seguridad, mi fe.
Creo firmemente en la Ley del Pedid y Recibiréis, porque yo sé que mi palabra tiene el Poder Creador de Dios.
(Mentaliza aquí la salud perfecta de tu órgano enfermo.)
Ahora que Tú me escuchaste, y que la perfección divina se alojó en mi, quiero agradecerte con toda la alegría de mi corazón:
Gracias por la perfección de mi cerebro, de mi rostro, de mis cabellos, de mis ojos, de mis oídos, de mi nariz, de mis encías, de mi lengua, de mi garganta, de mi cuello, de mis pulmones de mi corazón, de mi estómago, de mi duodeno, de mi hígado, de mis riñones, de mi páncreas, de mi bazo, de mi vejiga, de mi vesícula, de mi uréter, de mi esófago, de mis intestinos (de mis senos, de mi útero, de mis ovarios, de mis trompas), de mi columna, de mis vértebras, de mi cadera, muslos, rodillas, piernas y pies, de mis hombros , brazos y manos; de toda la estructura de mi; huesos, músculos, nervios, de mi piel, de mis glándulas, sangre, de mis dientes (de mi próstata), en fin, de todos los átomos y células de mi ser.
Gracias Jesús, porque Tú me escuchaste. Gracias, porque Tu Luz Divina iluminó, limpió y purificó mi mente. Gracias te doy, oh Padre, porque Tú me escuchaste a través de Tu divino Hijo Jesús. Amén.
Padre LAURO TREVISAN

jueves, 1 de junio de 2017

Papa Francisco sobre la envidia

(RV).- En la Misa matutina, en la Capilla de la Casa de Santa Marta - en la memoria litúrgica de Santa Inés, virgen y mártir -  el Papa Francisco invitó a rogar al Señor que nos libre de los pecados de los celos y envidias que matan, también con las palabras, e impiden la felicidad.
Con la primera lectura (1 Sam 18, 6-9; 19, 1-7), que narra los celos de Saúl, Rey de Israel, hacia David, el Papa señaló que Saúl miró con malos ojos a David, pensando que podía traicionarlo y decide matarlo. Luego, sigue el consejo de su hijo, cambia de idea y después vuelve a tener pensamientos negativos. Los celos – reiteró el Santo Padre – son una ‘enfermedad’ que vuelve y lleva a la envidia:
«¡Qué cosa fea es la envidia! Es una actitud y un pecado feo. En el corazón, los celos o la envidia crecen como mala hierba: crece y no deja crecer la hierba buena. Todo lo que le parece que le hace sombra, le hace mal. ¡Nunca está en paz! ¡Es un corazón atormentado, un corazón feo! Además, el corazón envidioso – como escuchamos aquí – lleva a matar, a la muerte. Y la Escritura lo dice claro: por la envidia del diablo, entró la muerte en el mundo».
La envidia mata y no tolera que otro tenga algo que yo no tengo. Hace sufrir siempre, porque el corazón del envidioso o del celoso sufre. ¡Es un corazón que sufre!, volvió a reiterar el Sucesor de Pedro, para luego hacer hincapié en que es un sufrimiento que desea «la muerte de los demás». Y cómo «cuántas veces en nuestras comunidades, no hay que ir muy lejos para ver esto – por celos, se mata con la lengua. Uno tiene envidia de ese, del otro, y comienzan los chismes: y los chismes matan»:

«Y yo, pensando y reflexionando sobre este pasaje de la Escritura, me invito a mí mismo y a todos a buscar si en mi corazón hay algo de celos, algo de envidia, que siempre lleva a la muerte y no me hace feliz. Porque esta enfermedad nos lleva a ver lo bueno que hay en el otro como si estuviera en tu contra. ¡Y éste es un pecado feo! Es el comienzo de tantas, tantas criminalidades. Pidamos al Señor que nos dé la gracia de no abrir el corazón a los celos, de no abrir el corazón a las envidias, porque estas cosas llevan siempre a la muerte».
También Jesús fue entregado por envidia, como percibió Pilatos, recordó el Papa, evocando el Evangelio de Marcos:
«La envidia – según la interpretación de Pilatos, que era muy inteligente, ¡pero cobarde! -  es la que llevó a la muerte a Jesús. El instrumento, el último instrumento. Se lo habían entregado por envidia. Pidamos también al Señor la gracia de no entregar nunca, por envidia, a un hermano a la muerte, a una hermana de la parroquia, de la comunidad, tampoco a un vecino del barrio: cada uno tiene sus pecados, cada uno tiene sus virtudes. Son propias de cada uno. Ver el bien y no matar con los chismes, por envidia o por celos».

sábado, 4 de marzo de 2017

Mejor ser ateo que un católico hipócrita

"Es un escándalo decir una cosa y después hacer otra. Eso es tener una doble vida. Hay quienes dicen: 'Soy muy católico, siempre voy a misa, pertenezco a esta y a aquella asociación'", dijo en la misa matutina que tuvo lugar en su residencia, según una transcripción de la Radio Vaticano.El papa Francisco volvió a criticar a algunos de los miembros de su propia Iglesia, insinuando que es mejor ser ateo que uno de muchos católicos que, dijo, llevan una doble vida de hipocresía 
24/02/2017 01:22  REUTERS

lunes, 13 de febrero de 2017

Dios es amor

Pregunta: "¿Qué significa que Dios es amor?"

Respuesta: ¿Qué significa que Dios es amor? Primero veamos cómo la Biblia, La Palabra de Dios, describe “el amor” y después veremos algunos ejemplos que se aplican a Dios. “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no es indecoroso, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser.” (1 Corintios 13:4-8ª)

Esta es la descripción que Dios hace del amor. Así es como es Dios, y los cristianos tienen que hacer de éste su meta (aunque siempre en proceso). La más grande expresión del amor de Dios nos es comunicada en Juan 3:16 y Romanos 5:8 “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” Podemos ver por estos versos que el deseo más grande de Dios es que nos unamos con Él en Su hogar eterno, el cielo. Él hizo posible este camino, pagando el precio por nuestros pecados. Él nos ama, porque así lo decidió como un acto de Su voluntad. “Mi corazón se conmueve dentro de mí, se inflama toda mi compasión.” (Oseas 11:8b). El amor perdona. “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.” (1 Juan 1:9)

El amor (Dios) no se impone a nadie. Aquellos que vienen a Él lo hacen en respuesta del llamamiento de Su amor. El amor (Dios) muestra bondad hacia todos. El amor (Jesús) prodigó el bien a todos, sin parcialidad. El amor (Jesús) nunca codició lo que otros tenían, viviendo una vida humilde sin quejarse. El amor (Jesús) nunca se jactó de quién era en la carne, aunque Él podía dominar fácilmente a cualquiera que entrara en contacto con Él. El amor (Dios) no demanda obediencia. Dios no demandaba obediencia de Su Hijo, sino más bien, Jesús obedecía gustosamente a Su Padre celestial. “Mas para que el mundo conozca que amo al Padre y como el Padre me mandó, así hago.” (Juan 14:31). El amor (Jesús) estuvo y está siempre viendo por los intereses de otros.

Esta breve descripción del amor, revela una vida sin egoísmo, en contraste con la vida egoísta del hombre natural. Asombrosamente, Dios ha otorgado a aquellos que reciben a Su Hijo Jesucristo como su Salvador personal del pecado, la habilidad de amar como Él lo hace, a través del poder del Espíritu Santo (ver Juan 1:12; 1 Juan 3:1, 23, 24). ¡Qué privilegio y desafío tenemos!

El amor de Dios es tan infinto que por más que nos hayamos olvidado de él y lo hayamos ofendido, él siempre estará dispuesto a recibirnos con los brazos abiertos...
¿Tiene preguntas? Preguntas de la Biblia contestadas
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sábado, 11 de febrero de 2017

Jornada mundial del enfermo

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA XXV JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO 2017

El asombro ante las obras que Dios realiza:
«El Poderoso ha hecho obras grandes por mí…» (Lc 1,49)

Queridos hermanos y hermanas:

El próximo 11 de febrero se celebrará en toda la Iglesia y, especialmente, en Lourdes, la XXV Jornada Mundial del Enfermo, con el tema: El asombro ante las obras que Dios realiza: «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí…» (Lc 1,49). Esta Jornada, instituida por mi predecesor san Juan Pablo II, en 1992, y celebrada por primera vez precisamente en Lourdes el 11 de febrero de 1993, constituye una ocasión para prestar especial atención a la situación de los enfermos y de todos los que sufren en general; y, al mismo tiempo, es una llamada dirigida a los que se entregan en su favor, comenzando por sus familiares, los agentes sanitarios y voluntarios, para que den gracias por la vocación que el Señor les ha dado de acompañar a los hermanos enfermos. Además, esta celebración renueva en la Iglesia la fuerza espiritual para realizar de la mejor manera posible esa parte esencial de su misión que incluye el servicio a los últimos, a los enfermos, a los que sufren, a los excluidos y marginados (cf. Juan Pablo II, Motu proprio Dolentium hominum, 11 febrero 1985, 1). Los encuentros de oración, las liturgias eucarísticas y la unción de los enfermos, la convivencia con los enfermos y las reflexiones sobre temas de bioética y teológico-pastorales que se celebrarán en aquellos días en Lourdes, darán una aportación nueva e importante a ese servicio.

Situándome ya desde ahora espiritualmente junto a la Gruta de Massabielle, ante la imagen de la Virgen Inmaculada, en la que el Poderoso ha hecho obras grandes para la redención de la humanidad, deseo expresar mi cercanía a todos vosotros, hermanos y hermanas, que vivís la experiencia del sufrimiento, y a vuestras familias; así como mi agradecimiento a todos los que, según sus distintas ocupaciones y en todos los centros de salud repartidos por todo el mundo, trabajan con competencia, responsabilidad y dedicación para vuestro alivio, vuestra salud y vuestro bienestar diario. Me gustaría animar a todos los enfermos, a las personas que sufren, a los médicos, enfermeras, familiares y a los voluntarios a que vean en María, Salud de los enfermos, a aquella que es para todos los seres humanos garante de la ternura del amor de Dios y modelo de abandono a su voluntad; y a que siempre encuentren en la fe, alimentada por la Palabra y los Sacramentos, la fuerza para amar a Dios y a los hermanos en la experiencia también de la enfermedad.

Como santa Bernadette estamos bajo la mirada de María. La humilde muchacha de Lourdes cuenta que la Virgen, a la que llamaba «la hermosa Señora», la miraba como se mira a una persona. Estas sencillas palabras describen la plenitud de una relación. Bernadette, pobre, analfabeta y enferma, se siente mirada por María como persona. La hermosa Señora le habla con gran respeto, sin lástima. Esto nos recuerda que cada paciente es y será siempre un ser humano, y debe ser tratado en consecuencia. Los enfermos, como las personas que tienen una discapacidad incluso muy grave, tienen una dignidad inalienable y una misión en la vida y nunca se convierten en simples objetos, aunque a veces puedan parecer meramente pasivos, pero en realidad nunca es así.

Bernadette, después de haber estado en la Gruta y gracias a la oración, transforma su fragilidad en apoyo para los demás, gracias al amor se hace capaz de enriquecer a su prójimo y, sobre todo, de ofrecer su vida por la salvación de la humanidad. El hecho de que la hermosa Señora le pida que rece por los pecadores, nos recuerda que los enfermos, los que sufren, no sólo llevan consigo el deseo de curarse, sino también el de vivir la propia vida de modo cristiano, llegando a darla como verdaderos discípulos misioneros de Cristo. A Bernadette, María le dio la vocación de servir a los enfermos y la llamó para que se hiciera Hermana de la Caridad, una misión que ella cumplió de una manera tan alta que se convirtió en un modelo para todos los agentes sanitarios. Pidamos pues a la Inmaculada Concepción la gracia de saber siempre ver al enfermo como a una persona que, ciertamente, necesita ayuda, a veces incluso para las cosas más básicas, pero que también lleva consigo un don que compartir con los demás.

La mirada de María, Consoladora de los afligidos, ilumina el rostro de la Iglesia en su compromiso diario en favor de los necesitados y los que sufren. Los frutos maravillosos de esta solicitud de la Iglesia hacia el mundo del sufrimiento y la enfermedad son motivo de agradecimiento al Señor Jesús, que se hizo solidario con nosotros, en obediencia a la voluntad del Padre y hasta la muerte en la cruz, para que la humanidad fuera redimida. La solidaridad de Cristo, Hijo de Dios nacido de María, es la expresión de la omnipotencia misericordiosa de Dios que se manifiesta en nuestras vidas ―especialmente cuando es frágil, herida, humillada, marginada, sufriente―, infundiendo en ella la fuerza de la esperanza que nos ayuda a levantarnos y nos sostiene.

Tanta riqueza de humanidad y de fe no debe perderse, sino que nos ha de ayudar a hacer frente a nuestras debilidades humanas y, al mismo tiempo, a los retos actuales en el ámbito sanitario y tecnológico. En la Jornada Mundial del Enfermo podemos encontrar una nueva motivación para colaborar en la difusión de una cultura respetuosa de la vida, la salud y el medio ambiente; un nuevo impulso para luchar en favor del respeto de la integridad y dignidad de las personas, incluso a través de un enfoque correcto de las cuestiones de bioética, la protección de los más débiles y el cuidado del medio ambiente.

Con motivo de la XXV Jornada Mundial del Enfermo, renuevo, con mi oración y mi aliento, mi cercanía a los médicos, a los enfermeros, a los voluntarios y a todos los consagrados y consagradas que se dedican a servir a los enfermos y necesitados; a las instituciones eclesiales y civiles que trabajan en este ámbito; y a las familias que cuidan con amor a sus familiares enfermos. Deseo que todos sean siempre signos gozosos de la presencia y el amor de Dios, imitando el testimonio resplandeciente de tantos amigos y amigas de Dios, entre los que menciono a san Juan de Dios y a san Camilo de Lelis, patronos de los hospitales y de los agentes sanitarios, y a la santa Madre Teresa de Calcuta, misionera de la ternura de Dios.

Hermanos y hermanas, enfermos, agentes sanitarios y voluntarios, elevemos juntos nuestra oración a María, para que su materna intercesión sostenga y acompañe nuestra fe y nos obtenga de Cristo su Hijo la esperanza en el camino de la curación y de la salud, el sentido de la fraternidad y de la responsabilidad, el compromiso con el desarrollo humano integral y la alegría de la gratitud cada vez que nos sorprenda con su fidelidad y su misericordia.

María, Madre nuestra,
que en Cristo nos acoges como hijos,
fortalece en nuestros corazones la espera confiada,
auxílianos en nuestras enfermedades y sufrimientos,
guíanos hasta Cristo, hijo tuyo y hermano nuestro,
y ayúdanos a encomendarnos al Padre que realiza obras grandes.

Os aseguro mi constante recuerdo en la oración y os imparto de corazón la Bendición Apostólica.

8 de diciembre de 2016, Fiesta de la Inmaculada Concepción

Francisco