lunes, 15 de septiembre de 2014

Amar a los enemigos asusta, pero nos lo pide Jesús, dijo el Papa.

2014-09-11 Radio Vaticana
Sólo con un corazón misericordioso podremos, verdaderamente, seguir a Jesús. Es cuanto afirmó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta. El Pontífice reafirmó que la vida cristiana “no es vida autorreferencial”, sino que es un don, hasta el final, sin egoísmo. Porque sólo así será posible amar a los propios enemigos como nos lo pide el Señor.
Amen a sus enemigos. El Papa desarrolló su homilía deteniéndose en un pasaje del Evangelio de Lucas en el que el Señor indica el camino del amor sin límites. Jesús, dijo Francisco, nos pide que recemos por quien nos trata mal; y destacó los verbos utilizados por Jesús: “Amen, hagan el bien, bendigan, recen” y “no rechacen”. “Es darse a sí mismo – afirmó el Pontífice – dar el corazón, precisamente a los que no nos quieren, a los que nos hacen mal, a los enemigos. Y ésta es la novedad del Evangelio”. En efecto – prosiguió explicando el Santo Padre – Jesús nos muestra que no tenemos mérito si amamos a los que nos aman, porque eso lo hacen también los pecadores. Los cristianos, en cambio, están llamados a amar a sus enemigos: “Hagan el bien y presten sin esperar nada. Sin interés y su recompensa será grande”. Ciertamente – reconoció el Papa – “el Evangelio es una novedad. Una novedad difícil que hay que llevar adelante, yendo detrás de Jesús”:
“‘Padre, yo… ¡yo no tengo la voluntad de hacer así!’ – ‘Bueno, si no te sientes capaz de esto es un problema tuyo, ¡pero el camino cristiano es éste!’. Éste es el camino que Jesús nos enseña. ‘¿Y qué cosa debo esperar?’. Vayan por el camino de Jesús, que es la misericordia; sean misericordiosos como su Padre es misericordioso. Sólo con un corazón misericordioso podremos hacer todo lo que el Señor nos aconseja. Hasta el final. La vida cristiana no es una vida autorreferencial; es una vida que sale de sí misma para darse a los demás. Es un don, es amor, y el amor no vuelve sobre sí mismo, no es egoísta: se da”.
Jesús – prosiguió diciendo el Papa – nos pide que seamos misericordiosos y que no juzguemos. Tantas veces, dijo, “parece que nosotros hemos sido nombrados jueces de los demás: con chismes, hablando mal… juzgamos a todos”. Y, en cambio, el Señor nos dice: “No juzguen y no serán juzgados. No condenen y no serán condenados”. Y al final nos pide que perdonemos y así seremos perdonados. “Todos los días – recordó Francisco – lo decimos en el Padrenuestro: ‘Perdónanos como nosotros perdonamos’. Si yo no perdono, ‘¿cómo puedo pedir al Padre que me perdone?’”.
“Ésta es la vida cristiana. ‘Pero, Padre, ¡esta es una necedad!’ – ‘Sí’. Hemos escuchado, estos días a San Pablo que decía lo mismo: ‘La necedad de la Cruz de Cristo’, que no tiene nada que ver con la sabiduría del mundo. ‘Pero, Padre, ¿ser cristiano es volverse necio en cierto sentido?’ – ‘Sí’. En cierto sentido, sí. Es renunciar a esa astucia del mundo para hacer todo lo que Jesús nos dice que hagamos; y que si hacemos las cuentas, si hacemos un balance, parece en perjuicio nuestro”.
“Pero éste – advirtió Francisco – es el camino de Jesús: la magnanimidad, la generosidad; el darse a sí mismo sin medida”. Por esto – añadió – “Jesús vino al mundo, y así lo hizo Él: dio, perdonó, no habló mal de nadie, no juzgó”. “Ser cristiano no es fácil – reconoció el Papa – y no “podemos llegar a ser cristianos” sólo “con la gracia de Dios” o sólo “con nuestras fuerzas”:
“Y aquí viene la oración que debemos hacer todos los días: ‘Señor, dame la gracia de llegar a ser un buen cristiano, una buena cristiana, porque yo no logro hacerlo. Una primera lectura de esto, asusta: asusta. Pero no si nosotros tomamos el Evangelio y hacemos una segunda, una tercera, una cuarta lectura del capítulo VI de San Lucas: hagámosla; y si pedimos al Señor la gracia de entender lo que significa ser cristiano, y también la gracia para que Él nos haga cristianos a nosotros. Porque nosotros no pedemos hacerlo solos”.
(María Fernanda Bernasconi – RV).

El Papa Francisco casó a 20 parejas

El papa Francisco casó a 20 parejas, incluida una formada por una madre soltera

Toda la atención se posó en Gabriella, que había tenido una hija de una relación anterior, y Guido, que había estado casado y su matrimonio fue anulado

El papa ofició hoy los primeros matrimonios de su pontificado al casar a 20 parejas entre las que se incluye una formada por Gabriella, quien fuera madre soltera, y Guido, que había contraído matrimonio en el pasado, aunque luego fue declarado nulo por el tribunal eclesiástico de la Santa Rosa.

Gabriella y Guido, de 56 y 49 años respectivamente, estuvieron acompañados por la hija de la primera.

Otra de las parejas casadas es la de Flaviano y Giulia, los más jóvenes, que habían pensado renunciar al banquete nupcial por el elevado costo del mismo ya que ella trabaja en un restaurante de comida rápida y él acaba de perder su empleo.

Por esta razón, ha sido su parroquia la que se ha movilizado para organizar una fiesta en la que participará "toda la comunidad", consigna la agencia EFE.

Francisco, durante la ceremonia, recordó a los contrayentes que la institución del matrimonio es un "símbolo de vida real, no de ficción" por lo que, además de alegrías, también habrá dificultades pero, según explicó, eso es lo que la hace "humana".

"El matrimonio es un símbolo de vida, de la vida real, íno es una ficción! Es la reciprocidad de las diferencias, no es un camino fácil, sin conflictos, no... porque de ser así no sería humano. Es un recorrido a veces difícil y conflictivo pero íesa es la vida!", dijo.

El Papa ofició este rito un mes antes de que se lleve a cabo el Sínodo de obispos sobre la Familia, que comenzará el próximo 5 de octubre y que deberá trazar la línea pastoral en este ámbito.

En este sentido, señaló que las familias son "el primer lugar donde nos formamos como personas y, al mismo tiempo, ejercen de 'ladrillos' para la construcción de la sociedad".

Francisco ya presidió la imposición de otros sacramentos como la confirmación o la ordenación sacerdotal pero, como obispo de Roma, aún no había casado a ninguno de sus fieles.

Pasaron 14 años desde la última ocasión en la que un pontífice ofició de forma pública y colectiva un matrimonio.

Fue en el año 2000, cuando Juan Pablo II impartió este sacramento a una serie de prometidos con motivo del Jubileo.

Télam y EFE.