La Palabra de Dios nos habla muy claramente sobre lo malo que es el hablar indebidamente de otra persona (osea chisme) y siempre sus resultados son tan dañinos que pueden destruir el testimonio o la vida de una persona. La palabra hebrea traducida como “chismoso” en el Antiguo Testamento es definida como alguien que revela secretos que suceden a su alrededor como un chismoso o traficante de chismorreos.
En Proverbios 16:28 nos dice la palabra – “El hombre perverso levanta contienda, y el chismoso aparta a los mejores amigos”. Muchas personas, amistades y hasta familias han sido destruidas por un comentario incorrecto lo cual comienza con un chisme.
El chisme trae contiendas, dice Proverbios 26:20 – “Sin leña se apaga el fuego, y donde no hay chismoso, cesa la contienda.” Como la leña que aviva el fuego así mismo es el chisme, aviva la contienda entre personas. Qué triste es cuando usted ha confiado en una persona y al pasar el tiempo usted se entera que esa persona en la cual confiaste te ha juzgado y hablado mal de ti delante de otros. Es doloroso el confiar en alguien y darte de cuenta más tarde que esa persona no tenía como dice el texto “espíritu fiel”.
Qué triste cuando por un chisme se separan familias, amigos, iglesias, ministerios, matrimonios dejando una estela de dolor y daño que pueden pasar muchos años para reparar el daño hecho y hay casos que el daño no tendrá reparo jamás porque Dios perdona y no se recuerda más de nuestros pecados, pero a diferencia del hombre que tiene por tendencia él no olvidar.
A juzgar por lo común de su práctica, aún entre personas que profesan ser cristianas, tal parece que muchos están confundidos con respecto a la naturaleza y malignidad del chisme.
“El que anda en chismes descubre el secreto; mas el de espíritu fiel lo guarda todo” (Pr. 11:13). “El que anda en chismes revela secretos, pero el de espíritu leal oculta las cosas” (LBLA).
Junto con el chisme normalmente aparece otra variante, la QUEJA: esta palabra significa (lamentarse, dolerse, protestar, demandar, reclamar, reprochar.) Y de la queja viene la murmuración, estos son como dos gemelos que nunca andan separados siempre andan juntos y son muy buenos compañeros nunca se separan, la queja no es de Dios, no viene en el paquete de la salvación.
La murmuración puede ser sobre un hecho verdadero, entonces se le llama chisme. No se cuestiona si lo que se comunica es cierto o no, sino que el hecho de hablarlo, de comentarlo con otros, se constituye en murmuración y eso es pecado. Y recuerden que para Dios no hay diferencia de pecados, es tan pecador el asesino, el idólatra, el adúltero como el chismoso. Nuestro Señor llama a los chismosos corruptos.
Aquellos que se involucran en este comportamiento no hacen sino provocar dificultades y causar ira y amargura, sin mencionar las heridas entre amigos. Tristemente, algunas personas lo hacen pensando que es sin intención y buscando el bienestar de la víctima de sus murmuraciones, y nada más lejos de la realidad. Cuando tales personas son confrontadas, niegan las acusaciones y responden con excusas y racionalismos. En vez de admitir su error, culpan a alguien o a algo más, o intentan hacerlo sonar como si el pecado que cometieron no fuera tan malo. “La boca del necio es quebrantamiento para sí, y sus labios son lazos para su alma. Las palabras del chismoso son como bocados suaves, y penetran hasta las entrañas.” (Proverbios 18:7-8).
“El que guarda su boca y su lengua, su alma guarda de angustias.” (Proverbios 21:23) Así que debemos guardar nuestras lenguas y refrenarnos del acto pecaminoso del chisme. Si rendimos nuestros deseos naturales al Señor, Él nos ayudará a mantenernos rectos. Dios recompensa al justo y al recto, así que todos debemos luchar para permanecer como tales.

Actualizada con mensajes semanales o mensuales y el objetivo del blog es aportar algo a todas aquellas personas que anden buscando crecimiento espiritual y emocional, encontrando el amor de Dios. Jesús dijo que Él podría satisfacer deseos en nosotros como nadie más puede satisfacerlos (Juan 4.13-14; 6.35).
sábado, 14 de julio de 2018
lunes, 22 de enero de 2018
domingo, 31 de diciembre de 2017
martes, 12 de septiembre de 2017
martes, 27 de junio de 2017
La oración curará al enfermo
LA ORACION CURA LAS ENFERMEDADES
Cierta vez un padre se aproximó a Jesús, llevando a su hijo que sufría de ataques, y dijo al Maestro.
--Si pudieras hacer alguna cosa, ten piedad de nosotros y ayúdanos.
Jesús le dijo: En cuanto al poder, quien tiene fe todo lo puede. Y curó al niño (Mc. 9,14-22)
La fe, como enseñó el Maestro, cura todas las enfermedades. No importa qué nombre le hayan dado ala enfermedad. Ella tiene cura.
El primer paso para que alcances la sanación de tu mal es tener la seguridad de que tiene cura.
Si piensas que tu mal es incurable y que tu dolencia es irreversible, estás bloqueando la fuerza curadora.
Ninguna enfermedad resistió al método de cura por la fe, usado por Jesús. Enseñó a sus discípulos a usar el método de la cura por la fe y ellos también lograron curas maravillosas.
Cuentan los Hechos de los Apóstoles que “había en la proximidad de este lugar un dominio perteneciente al primero de la isla. Este nos recibió y nos albergó con agrado durante tres días. Justamente el padre de Publio, atacado de fiebres y disenterías, estaba en cama. Paulo fue a verlo, oró, le impuso las manos y lo sanó. Ante esto los otros enfermos de la Isla, también lo buscaron y fueron curados. Por eso nos colmaron de atenciones, y en nuestra partida nos proveyeron de lo necesario” (Hechos 28, 7-10).
El Libro de los Hechos de los Apóstoles, narra muchas curas realizadas por los discípulos de Jesús. Pero Jesús enseñó que todos tienen el poder de curar su enfermedades, porque la fe es un don existente en cualquier criatura humana.
El Apóstol Santiago en una de sus cartas, escribió: · La oración d ela fe, curará al enfermo y el Señor lo pondrá de pie”.
Nota bien que Santiago no dijo que la oración de la fe, tal vez pueda curar tu enfermedad. Nada de eso. La oración de la fe, sin lugar a dudas, curará al enfermo, sea cual fuere la enfermedad..
Santiago, aún agrega: “ Y si hubiese cometido pecados, éstos le serán perdonados”. Por consiguiente, la oración de la fe, no sólo elimina el efecto, sino también la causa.
Recuerda, una vez más, la historia de aquella mujer que sufría de un flujo de sangre. En doce años de tratamiento, ningún médico consiguió curarla. Gastó en vano toda su fortuna. Un día Jesús recorría la calle donde vivía esta señora. Al enterarse de la presencia de Jesús, la mujer se puso feliz y alimentó la esperanza de que la curaría. Se decía a si misma. “Si tan siquiera le tocara el manto, quedaré curada”; ésta era la oración de fe de aquella mujer. Una oración simple, directa, decidida y definitiva: “Si tan solo le tocara el manto, quedaré curada”.
Al tocar el manto de Jesús quedó instantáneamente curada. (Mt 9,18-26)
LA ORACION DE LA FE CURARÁ AL ENFERMO
La oración de la fe produce el milagro.
No importa la extensión de la oración, no importan las palabras, ni la expresión gramatical. Lo que importa es la fe que se expresa a través de las palabras.
No importa si cambias de oración cada día, para ver si aquella otra fórmula consigue la curación. La fe es la que cura.
Aunque digas una oración cortita y llena de errores gramaticales, si tienes fe, ocurrirá el milagro.
La mejor oración para una sanación es aquella cuyo texto contenga ya en si la verdadera cura y cuya mentalización acreciente tu fe. En este caso la cura es infalible.
“Y la oración de la fe, curará al enfermo”.
Ante todo , es necesario saber que no se trata de implorar por una curación. Tu oración de cura no es propiamente una súplica.
La súplica implica dudas, es decir, la posibilidad de ser o no atendido. Pero la oración no depende de factores incontrolables, ni de la suerte. La oración obedece a las leyes espirituales, por eso, todo ruego hecho con fe, es infalible, como escribió el Apóstol Santiago, a quien ya cité: “ La oración de la fe, curará al enfermo”.
El mismo Santiago, en su carta asegura: “Pides y no recibes, porque pides mal”, ahí está la otra prueba de que la oración es ley: cuando no son colocadas correctamente las premisas de esa ley, el resultado falla.
Para condicionar tu mente al uso correcto de las leyes de la oración, comienza por reconocer que tú, en tu verdadera realidad y esencia, continúas siendo perfecto. La enfermedad es una falsedad, es un estado negativo, es el resultado de un error de comprensión y este estado mental, no forma parte de tu legítima realidad de hijo de Dios perfecto.
Joseph Murphy escribió: “ La salud es la realidad de tu ser. Cuando haces una afirmación de salud, armonía y paz, para ti mismo u otra persona y cuando comprendes que esos son los principios universales de tu propio ser, tú alteras los padrones negativos de lo que estás afirmando. El resultado del proceso afirmativo de la oración reside en tu conformidad con los principios de la vida, indiferentes a las apariencias”.
Y concluye Murphy: “Reflexiona por un momento en el hecho de que existe un principio de la matemática, pero ninguno del error, hay un principio de la verdad, pero ninguno del error, hay un principio de honestidad, pero ninguno de deshonestidad, hay un principio de armonía, pero ninguno de discordancia; hay un principio de salud, pero ninguno de enfermedad; hay un principio de abundancia, pero ninguno de pobreza” ( “El poder del subconsciente”)
Fuente: extraído del libro EL PODER INFINITO DE LA ORACION
"ORACION PARA LA CURACION DE TU ENFERMEDAD"
"Por eso os digo: Todo cuanto suplicaréis y pidiereis, creed que lo recibisteis y así será para vosotros".
Jesús
Divino Maestro Jesús, Tú que curaste con amor y bondad a todas las personas enfermas que fueron hacia Ti, cuando peregrinabas por las ciudades y poblados de Judea, de Galilea y de Samaria, escucha ahora mi oración.
Mira dentro de mi y ve que mi fe no es menor que la fe del ciego, del paralítico, del sordo, del leproso, del enfermo mental, que Tú curaste.
Tú dijiste que todo es posible para aquel que cree, por eso desde ya creo en mi curación.
Tú dijiste: "Sea lo que fuere que deseareis, cuando oréis creed que lo obtendréis, y lo alcanzaréis."
Es por ello que hoy tengo la seguridad de que éste, mi pedido, será atendido.
Tu Poder, emanado del Padre, está en mi, también, porque el Padre habita en mi interior.
He aquí mi fuerza, mi poder, mi seguridad, mi fe.
Creo firmemente en la Ley del Pedid y Recibiréis, porque yo sé que mi palabra tiene el Poder Creador de Dios.
(Mentaliza aquí la salud perfecta de tu órgano enfermo.)
Ahora que Tú me escuchaste, y que la perfección divina se alojó en mi, quiero agradecerte con toda la alegría de mi corazón:
Gracias por la perfección de mi cerebro, de mi rostro, de mis cabellos, de mis ojos, de mis oídos, de mi nariz, de mis encías, de mi lengua, de mi garganta, de mi cuello, de mis pulmones de mi corazón, de mi estómago, de mi duodeno, de mi hígado, de mis riñones, de mi páncreas, de mi bazo, de mi vejiga, de mi vesícula, de mi uréter, de mi esófago, de mis intestinos (de mis senos, de mi útero, de mis ovarios, de mis trompas), de mi columna, de mis vértebras, de mi cadera, muslos, rodillas, piernas y pies, de mis hombros , brazos y manos; de toda la estructura de mi; huesos, músculos, nervios, de mi piel, de mis glándulas, sangre, de mis dientes (de mi próstata), en fin, de todos los átomos y células de mi ser.
Gracias Jesús, porque Tú me escuchaste. Gracias, porque Tu Luz Divina iluminó, limpió y purificó mi mente. Gracias te doy, oh Padre, porque Tú me escuchaste a través de Tu divino Hijo Jesús. Amén.
Padre LAURO TREVISAN
Cierta vez un padre se aproximó a Jesús, llevando a su hijo que sufría de ataques, y dijo al Maestro.
--Si pudieras hacer alguna cosa, ten piedad de nosotros y ayúdanos.
Jesús le dijo: En cuanto al poder, quien tiene fe todo lo puede. Y curó al niño (Mc. 9,14-22)
La fe, como enseñó el Maestro, cura todas las enfermedades. No importa qué nombre le hayan dado ala enfermedad. Ella tiene cura.
El primer paso para que alcances la sanación de tu mal es tener la seguridad de que tiene cura.
Si piensas que tu mal es incurable y que tu dolencia es irreversible, estás bloqueando la fuerza curadora.
Ninguna enfermedad resistió al método de cura por la fe, usado por Jesús. Enseñó a sus discípulos a usar el método de la cura por la fe y ellos también lograron curas maravillosas.
Cuentan los Hechos de los Apóstoles que “había en la proximidad de este lugar un dominio perteneciente al primero de la isla. Este nos recibió y nos albergó con agrado durante tres días. Justamente el padre de Publio, atacado de fiebres y disenterías, estaba en cama. Paulo fue a verlo, oró, le impuso las manos y lo sanó. Ante esto los otros enfermos de la Isla, también lo buscaron y fueron curados. Por eso nos colmaron de atenciones, y en nuestra partida nos proveyeron de lo necesario” (Hechos 28, 7-10).
El Libro de los Hechos de los Apóstoles, narra muchas curas realizadas por los discípulos de Jesús. Pero Jesús enseñó que todos tienen el poder de curar su enfermedades, porque la fe es un don existente en cualquier criatura humana.
El Apóstol Santiago en una de sus cartas, escribió: · La oración d ela fe, curará al enfermo y el Señor lo pondrá de pie”.
Nota bien que Santiago no dijo que la oración de la fe, tal vez pueda curar tu enfermedad. Nada de eso. La oración de la fe, sin lugar a dudas, curará al enfermo, sea cual fuere la enfermedad..
Santiago, aún agrega: “ Y si hubiese cometido pecados, éstos le serán perdonados”. Por consiguiente, la oración de la fe, no sólo elimina el efecto, sino también la causa.
Recuerda, una vez más, la historia de aquella mujer que sufría de un flujo de sangre. En doce años de tratamiento, ningún médico consiguió curarla. Gastó en vano toda su fortuna. Un día Jesús recorría la calle donde vivía esta señora. Al enterarse de la presencia de Jesús, la mujer se puso feliz y alimentó la esperanza de que la curaría. Se decía a si misma. “Si tan siquiera le tocara el manto, quedaré curada”; ésta era la oración de fe de aquella mujer. Una oración simple, directa, decidida y definitiva: “Si tan solo le tocara el manto, quedaré curada”.
Al tocar el manto de Jesús quedó instantáneamente curada. (Mt 9,18-26)
LA ORACION DE LA FE CURARÁ AL ENFERMO
La oración de la fe produce el milagro.
No importa la extensión de la oración, no importan las palabras, ni la expresión gramatical. Lo que importa es la fe que se expresa a través de las palabras.
No importa si cambias de oración cada día, para ver si aquella otra fórmula consigue la curación. La fe es la que cura.
Aunque digas una oración cortita y llena de errores gramaticales, si tienes fe, ocurrirá el milagro.
La mejor oración para una sanación es aquella cuyo texto contenga ya en si la verdadera cura y cuya mentalización acreciente tu fe. En este caso la cura es infalible.
“Y la oración de la fe, curará al enfermo”.
Ante todo , es necesario saber que no se trata de implorar por una curación. Tu oración de cura no es propiamente una súplica.
La súplica implica dudas, es decir, la posibilidad de ser o no atendido. Pero la oración no depende de factores incontrolables, ni de la suerte. La oración obedece a las leyes espirituales, por eso, todo ruego hecho con fe, es infalible, como escribió el Apóstol Santiago, a quien ya cité: “ La oración de la fe, curará al enfermo”.
El mismo Santiago, en su carta asegura: “Pides y no recibes, porque pides mal”, ahí está la otra prueba de que la oración es ley: cuando no son colocadas correctamente las premisas de esa ley, el resultado falla.
Para condicionar tu mente al uso correcto de las leyes de la oración, comienza por reconocer que tú, en tu verdadera realidad y esencia, continúas siendo perfecto. La enfermedad es una falsedad, es un estado negativo, es el resultado de un error de comprensión y este estado mental, no forma parte de tu legítima realidad de hijo de Dios perfecto.
Joseph Murphy escribió: “ La salud es la realidad de tu ser. Cuando haces una afirmación de salud, armonía y paz, para ti mismo u otra persona y cuando comprendes que esos son los principios universales de tu propio ser, tú alteras los padrones negativos de lo que estás afirmando. El resultado del proceso afirmativo de la oración reside en tu conformidad con los principios de la vida, indiferentes a las apariencias”.
Y concluye Murphy: “Reflexiona por un momento en el hecho de que existe un principio de la matemática, pero ninguno del error, hay un principio de la verdad, pero ninguno del error, hay un principio de honestidad, pero ninguno de deshonestidad, hay un principio de armonía, pero ninguno de discordancia; hay un principio de salud, pero ninguno de enfermedad; hay un principio de abundancia, pero ninguno de pobreza” ( “El poder del subconsciente”)
Fuente: extraído del libro EL PODER INFINITO DE LA ORACION
"ORACION PARA LA CURACION DE TU ENFERMEDAD"
"Por eso os digo: Todo cuanto suplicaréis y pidiereis, creed que lo recibisteis y así será para vosotros".
Jesús
Divino Maestro Jesús, Tú que curaste con amor y bondad a todas las personas enfermas que fueron hacia Ti, cuando peregrinabas por las ciudades y poblados de Judea, de Galilea y de Samaria, escucha ahora mi oración.
Mira dentro de mi y ve que mi fe no es menor que la fe del ciego, del paralítico, del sordo, del leproso, del enfermo mental, que Tú curaste.
Tú dijiste que todo es posible para aquel que cree, por eso desde ya creo en mi curación.
Tú dijiste: "Sea lo que fuere que deseareis, cuando oréis creed que lo obtendréis, y lo alcanzaréis."
Es por ello que hoy tengo la seguridad de que éste, mi pedido, será atendido.
Tu Poder, emanado del Padre, está en mi, también, porque el Padre habita en mi interior.
He aquí mi fuerza, mi poder, mi seguridad, mi fe.
Creo firmemente en la Ley del Pedid y Recibiréis, porque yo sé que mi palabra tiene el Poder Creador de Dios.
(Mentaliza aquí la salud perfecta de tu órgano enfermo.)
Ahora que Tú me escuchaste, y que la perfección divina se alojó en mi, quiero agradecerte con toda la alegría de mi corazón:
Gracias por la perfección de mi cerebro, de mi rostro, de mis cabellos, de mis ojos, de mis oídos, de mi nariz, de mis encías, de mi lengua, de mi garganta, de mi cuello, de mis pulmones de mi corazón, de mi estómago, de mi duodeno, de mi hígado, de mis riñones, de mi páncreas, de mi bazo, de mi vejiga, de mi vesícula, de mi uréter, de mi esófago, de mis intestinos (de mis senos, de mi útero, de mis ovarios, de mis trompas), de mi columna, de mis vértebras, de mi cadera, muslos, rodillas, piernas y pies, de mis hombros , brazos y manos; de toda la estructura de mi; huesos, músculos, nervios, de mi piel, de mis glándulas, sangre, de mis dientes (de mi próstata), en fin, de todos los átomos y células de mi ser.
Gracias Jesús, porque Tú me escuchaste. Gracias, porque Tu Luz Divina iluminó, limpió y purificó mi mente. Gracias te doy, oh Padre, porque Tú me escuchaste a través de Tu divino Hijo Jesús. Amén.
Padre LAURO TREVISAN
jueves, 22 de junio de 2017
jueves, 1 de junio de 2017
Papa Francisco sobre la envidia
(RV).- En la Misa matutina, en la Capilla de la Casa de Santa Marta - en la memoria litúrgica de Santa Inés, virgen y mártir - el Papa Francisco invitó a rogar al Señor que nos libre de los pecados de los celos y envidias que matan, también con las palabras, e impiden la felicidad.
Con la primera lectura (1 Sam 18, 6-9; 19, 1-7), que narra los celos de Saúl, Rey de Israel, hacia David, el Papa señaló que Saúl miró con malos ojos a David, pensando que podía traicionarlo y decide matarlo. Luego, sigue el consejo de su hijo, cambia de idea y después vuelve a tener pensamientos negativos. Los celos – reiteró el Santo Padre – son una ‘enfermedad’ que vuelve y lleva a la envidia:
«¡Qué cosa fea es la envidia! Es una actitud y un pecado feo. En el corazón, los celos o la envidia crecen como mala hierba: crece y no deja crecer la hierba buena. Todo lo que le parece que le hace sombra, le hace mal. ¡Nunca está en paz! ¡Es un corazón atormentado, un corazón feo! Además, el corazón envidioso – como escuchamos aquí – lleva a matar, a la muerte. Y la Escritura lo dice claro: por la envidia del diablo, entró la muerte en el mundo».
La envidia mata y no tolera que otro tenga algo que yo no tengo. Hace sufrir siempre, porque el corazón del envidioso o del celoso sufre. ¡Es un corazón que sufre!, volvió a reiterar el Sucesor de Pedro, para luego hacer hincapié en que es un sufrimiento que desea «la muerte de los demás». Y cómo «cuántas veces en nuestras comunidades, no hay que ir muy lejos para ver esto – por celos, se mata con la lengua. Uno tiene envidia de ese, del otro, y comienzan los chismes: y los chismes matan»:
«Y yo, pensando y reflexionando sobre este pasaje de la Escritura, me invito a mí mismo y a todos a buscar si en mi corazón hay algo de celos, algo de envidia, que siempre lleva a la muerte y no me hace feliz. Porque esta enfermedad nos lleva a ver lo bueno que hay en el otro como si estuviera en tu contra. ¡Y éste es un pecado feo! Es el comienzo de tantas, tantas criminalidades. Pidamos al Señor que nos dé la gracia de no abrir el corazón a los celos, de no abrir el corazón a las envidias, porque estas cosas llevan siempre a la muerte».
También Jesús fue entregado por envidia, como percibió Pilatos, recordó el Papa, evocando el Evangelio de Marcos:
«La envidia – según la interpretación de Pilatos, que era muy inteligente, ¡pero cobarde! - es la que llevó a la muerte a Jesús. El instrumento, el último instrumento. Se lo habían entregado por envidia. Pidamos también al Señor la gracia de no entregar nunca, por envidia, a un hermano a la muerte, a una hermana de la parroquia, de la comunidad, tampoco a un vecino del barrio: cada uno tiene sus pecados, cada uno tiene sus virtudes. Son propias de cada uno. Ver el bien y no matar con los chismes, por envidia o por celos».
Con la primera lectura (1 Sam 18, 6-9; 19, 1-7), que narra los celos de Saúl, Rey de Israel, hacia David, el Papa señaló que Saúl miró con malos ojos a David, pensando que podía traicionarlo y decide matarlo. Luego, sigue el consejo de su hijo, cambia de idea y después vuelve a tener pensamientos negativos. Los celos – reiteró el Santo Padre – son una ‘enfermedad’ que vuelve y lleva a la envidia:
«¡Qué cosa fea es la envidia! Es una actitud y un pecado feo. En el corazón, los celos o la envidia crecen como mala hierba: crece y no deja crecer la hierba buena. Todo lo que le parece que le hace sombra, le hace mal. ¡Nunca está en paz! ¡Es un corazón atormentado, un corazón feo! Además, el corazón envidioso – como escuchamos aquí – lleva a matar, a la muerte. Y la Escritura lo dice claro: por la envidia del diablo, entró la muerte en el mundo».
La envidia mata y no tolera que otro tenga algo que yo no tengo. Hace sufrir siempre, porque el corazón del envidioso o del celoso sufre. ¡Es un corazón que sufre!, volvió a reiterar el Sucesor de Pedro, para luego hacer hincapié en que es un sufrimiento que desea «la muerte de los demás». Y cómo «cuántas veces en nuestras comunidades, no hay que ir muy lejos para ver esto – por celos, se mata con la lengua. Uno tiene envidia de ese, del otro, y comienzan los chismes: y los chismes matan»:
«Y yo, pensando y reflexionando sobre este pasaje de la Escritura, me invito a mí mismo y a todos a buscar si en mi corazón hay algo de celos, algo de envidia, que siempre lleva a la muerte y no me hace feliz. Porque esta enfermedad nos lleva a ver lo bueno que hay en el otro como si estuviera en tu contra. ¡Y éste es un pecado feo! Es el comienzo de tantas, tantas criminalidades. Pidamos al Señor que nos dé la gracia de no abrir el corazón a los celos, de no abrir el corazón a las envidias, porque estas cosas llevan siempre a la muerte».
También Jesús fue entregado por envidia, como percibió Pilatos, recordó el Papa, evocando el Evangelio de Marcos:
«La envidia – según la interpretación de Pilatos, que era muy inteligente, ¡pero cobarde! - es la que llevó a la muerte a Jesús. El instrumento, el último instrumento. Se lo habían entregado por envidia. Pidamos también al Señor la gracia de no entregar nunca, por envidia, a un hermano a la muerte, a una hermana de la parroquia, de la comunidad, tampoco a un vecino del barrio: cada uno tiene sus pecados, cada uno tiene sus virtudes. Son propias de cada uno. Ver el bien y no matar con los chismes, por envidia o por celos».
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