"¡Alegría mía, Cristo ha resucitado!" Con este antiguo saludo pascual quiero llegar a cada uno de ustedes para que "levantemos el corazón" desde la esperanza renovada de la Pascua.
Hace unos días el Vicario Pastoral, que ha trabajado mucho en la pastoral carcelaria, me entregó el "Protocolo de la vida y atención religiosa en las cárceles". Es todo un avance que la sociedad civil y el estado reconozcan la necesidad espiritual de nuestros hermanos que están privados de libertad. Muchos de ellos son jóvenes. La alegría del paso dado me trajo, con todo, cierta tristeza. Pensé: si esa asistencia espiritual la hubieran recibido antes de caer en la cárcel, ¿estarían allí ahora?
Discutimos si está bien o no la regulación de la marihuana, nos quejamos de la sociedad consumista, nos horrorizamos por los casos de violencia doméstica o de prostitución infantil, pero estas situaciones se dan en el trasfondo de un gran vacío espiritual, o, como muchos llaman, de una pérdida de valores en nuestra sociedad. ¿Hacemos algo para remediarlo?
Se habla a nivel político de los problemas de nuestra educación. Y aunque aparece aquí y allá el tema de los valores, la mayoría de las discusiones se refieren a la caída en el nivel de conocimientos de nuestros chicos. Pero, ¿tenemos en cuenta su formación espiritual? ¿Nos ocupamos realmente de ayudarles a construir un sentido de vida y un proyecto que los realice como personas y ciudadanos? ¿O reservamos la "asistencia espiritual" para la cárcel y los centros de rehabilitación de adicciones?
La Pascua es la gran fiesta de la liberación y del triunfo de la vida. Lo fue para el pueblo judío que la sigue conmemorando como la salida de la esclavitud de Egipto por la mano poderosa de Dios. Lo es para los cristianos que celebramos en ella la muerte y resurrección de Jesús. Cristo nos libera del pecado, de la deshumanización, del mal y de la muerte. El cirio pascual encendido en nuestras iglesias nos recuerda que Jesús es la luz capaz de disipar las tinieblas del corazón y del espíritu humano.
Los seres humanos somos contradictorios y complejos, pero Dios es simple. Cuando nos acercamos a Él nuestra vida se hace más sencilla, nuestros problemas cotidianos encuentran caminos de solución o, al menos, recibimos mayor claridad para resolverlos y fuerza para sobrellevarlos. Jesús nos libera, aligera la carga a veces pesada de nuestra vida, y sana nuestras heridas. Nos impulsa al bien, nos llena de esperanza y alegría.
La educación de nuestros niños, adolescentes y jóvenes no puede desconocer la dimensión religiosa. A Aveces los chicos están cargados de actividades, ¿está entre ellas su formación religiosa? Las familias católicas o de tradición cristiana, no pueden dejar para más adelante lo que es su primera responsabilidad, la que asumen el día del bautismo de sus hijos. Se les ha preguntado en ese día: "¿Saben que se obligan a educar a su hijo en la fe para que este niño, guardando los mandamientos de Dios, ame al Señor y al prójimo como Cristo nos enseña en el Evangelio?"
Cuando uno ve jóvenes cristianos llenos de vida, de iniciativas, de espíritu misionero y de servicio, orantes y alegres, encuentra que la Pascua sigue presente entre nosotros. Cristo está vivo, la luz pascual brilla. Las tinieblas del consumismo, del sexo por diversión, de la droga y la delincuencia, dan paso, en quienes se acercan a Cristo y descubren el gozo de su amistad, a la luz del servicio, del amor puro, de la vida plena de sentido.
Abrirse a la dimensión religiosa en la formación de las futuras generaciones es un "debe" de nuestra sociedad. Educar en la fe a los niños, adolescentes y jóvenes constituye, para las familias cristianas, las comunidades parroquiales y los centros educativos católicos, un deber primordial. Es el camino de felicidad más cierto que podemos ofrecerles, es el regalo más hermoso, es la mejor herencia que dejar a las jóvenes generaciones. ¡Felices pascuas!
Con mi bendición.
Daniel Sturla
Arzobispo de Montevideo